Desde las Montañas de los Andes hasta el Mar de Sal: Nuestro Viaje de Sucre al Salar de Uyuni
En el corazón de América Latina, la página quizás más mágica de nuestro viaje que recorre el continente de punta a punta se abrió rumbo de Sucre hacia Uyuni. Al dejar atrás la ciudad blanca Sucre, con su delicada arquitectura colonial y sus calles tranquilas, el motor de nuestro Peugeot 408 nos llevaba a un mundo completamente distinto, desafiando la altura y las curvas de los Andes.
La altitud de Sucre ya era alrededor de 2.800 metros; sin embargo, a medida que avanzábamos, la altura aumentaba, el aire se hacía más ligero y el paisaje se volvía impresionantemente hermoso. El sol caía sobre las laderas de las montañas y, con la altura, el silencio se hacía más profundo. La curiosidad dentro de nosotros crecía con cada curva del camino.
Potosí: Respirando en el “Techo del Mundo”
Al llegar a Potosí bajo la luz dorada del atardecer, pudimos sentir de inmediato el pasado glorioso de la ciudad. Este lugar albergaba el famoso Cerro Rico, que alguna vez alimentó la riqueza del Imperio Español. Durante siglos, la plata extraída de esta montaña fue enviada a Europa, convirtiendo a Potosí en una de las ciudades más importantes de su época.
Hoy, uno de los aspectos más impactantes de Potosí es su increíble altitud de 4.067 metros. Esta altura comenzó a desafiar nuestros cuerpos de inmediato. Özcan empezó a marearse, la respiración se hizo más difícil y los pasos más pesados, como si estuviéramos respirando una capa de vidrio en lugar de aire. Esta era una de las verdades más fuertes que los Andes le recuerdan al viajero: estás por encima de todo, pero sigues siendo solo un invitado.
Entramos en una farmacia y compramos un medicamento que ayuda a reducir los efectos de la altitud. Después de un corto tiempo nos sentimos un poco mejor y caminamos por las calles del centro de Potosí. Con sus edificios coloniales, sus calles estrechas y la ligera sensación de mareo por la altura, la ciudad parecía un escenario donde el tiempo fluía lentamente. Tras un breve descanso, algunas fotos y absorber el orgullo silencioso de la ciudad, volvimos al camino.





Llegada a Uyuni: La Puerta a Otro Mundo
A la mañana siguiente, después de continuar nuestro viaje en el Peugeot 408, llegamos al pueblo de Uyuni. Con una altitud aproximada de 3.670 metros, este pequeño pueblo era la puerta de entrada a una de las formaciones naturales más extraordinarias del mundo: el Salar de Uyuni.
Lo primero que hicimos en Uyuni fue preguntar si podíamos entrar al salar con nuestro propio vehículo. Todos respondieron lo mismo: “No entren bajo ninguna circunstancia. El salar no perdona.” Bajo la capa de sal había pozos, grietas invisibles, áreas con agua y trampas de barro. Entrar con nuestro propio coche habría sido un riesgo irreversible. Por eso elegimos uno de los tours en 4×4 más populares de la zona, que nos permitiría ver todas las bellezas del salar — incluido Isla Incahuasi y el atardecer.
El grupo con el que compartimos el vehículo se convirtió en nuestros compañeros de viaje durante todo el día. Personas de distintos países serían nuestros testigos silenciosos y alegres compañeros en el largo día que viviríamos en el Salar.

Cementerio de Trenes: Las Locomotoras que el Tiempo Olvidó
La primera parada del tour fue el famoso Cementerio de Trenes, justo a las afueras de Uyuni. Este lugar formaba el corazón abandonado del gran proyecto ferroviario del siglo XIX, diseñado para conectar la riqueza minera de Bolivia con el mundo.
Las locomotoras de vapor, que alguna vez transportaron plata y otros minerales, quedaron fuera de uso cuando la minería decayó y las dificultades económicas aumentaron. Sin mantenimiento, fueron abandonadas a la merced de los vientos del desierto. Con los años, los cuerpos metálicos se oxidaron, la madera se pudrió y algunos vagones se volcaron o hundieron en la arena. Hoy, estos trenes esperan en silencio entre los vientos secos de Uyuni, como escenas congeladas en el tiempo.
Al caminar sobre los rieles y entre los cuerpos oxidados, uno se siente suspendido entre la historia y la melancolía. Las calderas, los vagones corroídos y las sombras del metal sobre la tierra recordaban que incluso el abandono tiene una historia. Los grafitis en los trenes, los niños jugando y las risas de los turistas añadían una extraña vitalidad a este escenario lleno de nostalgia.




Entrada al Salar: La Puerta de Colores hacia la Blancura
Poco después de dejar el cementerio de trenes, llegamos a la entrada del salar, donde se alzaban cientos de banderas ondeando hacia el cielo. Estas banderas, en medio de la inmensa blancura, parecían saludos enviados desde todas las partes del mundo.
Aquí tocamos por primera vez la textura dura de la sal. Bajo la luz del sol, la superficie brillaba de manera deslumbrante y la línea del horizonte casi desaparecía. Habíamos entrado al salar más grande del mundo. Con aproximadamente 10.500 kilómetros cuadrados, el Salar de Uyuni se extendía ante nosotros como un océano blanco. Saber que en temporada de lluvias esta superficie se cubre con una capa de agua que refleja el cielo como un espejo hacía aún más mágico el lugar.
Hotel de Sal: Una Pausa en Medio de la Blancura
A mediodía llegamos al hotel de sal situado en el corazón del salar. Las paredes hechas completamente de bloques de sal, las columnas talladas y el aire fresco del interior mostraban que no era una construcción cualquiera. Afuera, la luz del sol nos obligaba a entrecerrar los ojos; dentro, esa luz se suavizaba convirtiéndose en una calma tenue.
Nos sentamos a la mesa junto con nuestros compañeros de vehículo y almorzamos. Aquella mesa, instalada en pleno corazón del salar, era para nosotros una pequeña pausa, una pequeña mesa familiar. Afuera estaba la inmensidad de la sal; dentro, la calidez compartida entre personas de distintos lugares.

Isla Incahuasi: El Oasis en Medio del Mar de Sal
Nuestra siguiente parada fue Isla Incahuasi, que se eleva en medio del salar. Con una superficie de alrededor de 12 kilómetros cuadrados, esta isla fue hace millones de años un arrecife en el fondo del océano. Con el tiempo, las aguas se retiraron dejando esta enorme planicie cubierta de sal y, en su centro, una isla llena de cactus gigantes.
Al ascender por las rocas áridas de la isla, de un lado estaba el silencio del desierto y del otro el brillo del mar de sal. A medida que subíamos, la blancura plana del salar se unía con el cielo, y uno sentía como si estuviera en otro planeta. Algunos cactus superaban los 10 metros de altura, llevando en sus espinas el peso de los siglos.
Desde lo alto de la isla, mirábamos a lo lejos y nos sentíamos como si navegáramos en un barco sobre un mar blanco. Abajo, los vehículos 4×4 estacionados sobre la sal parecían pequeños juguetes. La naturaleza nos recordaba, una vez más, lo pequeños que somos y lo afortunados que éramos por presenciar este milagro.














El Lado Juguetón del Salar: Fotos de Perspectiva
Después de salir de la isla, hicimos una parada en una zona amplia y completamente plana. El suelo, con sus patrones hexagonales, parecía un gigantesco mosaico. Con sombras cortas y un horizonte casi invisible, el salar se convertía en uno de los escenarios más perfectos del mundo para juegos de perspectiva.Junto a nuestros compañeros de viaje nos unimos a este juego.
Risas, gritos alegres y el sonido continuo de las cámaras rompían temporalmente el silencio del salar. Incluso ese silencio parecía ser un suave acompañante de este momento tan divertido.






La Magia del Atardecer: Cuando el Cielo y la Tierra se Convierten en Uno
La última parada del día fue la zona donde el salar muestra su forma más mágica: el lugar cubierto por una delgada capa de agua, el espejo del cielo. Cuando el sol empezó a acercarse al horizonte, el agua sobre la sal comenzó a reflejar el cielo como un espejo perfecto. Las nubes, las montañas y el rostro rojizo del sol renacían bajo nuestros pies.
En este lugar, el tiempo se ralentizó. Se hizo silencio. Nadie quería hablar para no romper la magia. Bajo nuestros pies estaba el cielo y sobre nosotros el cielo otra vez. Parecía que las nubes flotaban sobre el agua y que nosotros caminábamos entre ellas. Mientras el sol pintaba el horizonte en tonos naranjas, rosados y morados, nuestras sombras temblaban reflejadas en el agua.
Al final del día, hicimos un pequeño ritual: levantamos copas de vino en el salar. Este viaje, este salar, este día… todos se convirtieron en uno de los recuerdos más especiales de nuestras vidas. Cuando el sol desapareció por completo, las primeras estrellas comenzaron a brillar y el agua reflejaba ahora ese cielo estrellado, convirtiendo al salar en un espejo celestial.



Regreso a Uyuni: El Cierre Silencioso que se Queda en Nuestro Interior
Al caer la noche, nuestro vehículo 4×4 salió del salar y se dirigió hacia las luces de Uyuni. Nuestros cuerpos estaban cansados, pero nuestras almas llenas de una paz indescriptible. Este viaje, que comenzó en Sucre, puso a prueba nuestra respiración en la altura de Potosí; nos enfrentó a la historia en el cementerio de trenes; y, en la blancura del Salar, nos enseñó tanto el silencio como la infinitud.
Uyuni nos dejó más una sensación que un lugar: la sensación de que el mundo es inmenso y está lleno de milagros. Y aquella noche sabíamos que este viaje no era solo un recorrido, sino un recuerdo que se instalaría dentro de nosotros.
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Si desean obtener más información sobre el Salar de Uyuni, pueden visitar
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Si quieren saber más sobre la ciudad de Potosí y su historia, pueden consultar
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