NUESTRO VIAJE A LA PAZ

🇧🇴 ARTÍCULO DE VIAJE A LA PAZ — Los Colores, el Aliento y las Sorpresas de una Ciudad Escondida en el Valle

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Al dejar atrás el desierto blanco de Uyuni y dirigirnos hacia el norte, hacia La Paz, la capital de Bolivia, sentíamos una mezcla de curiosidad y una ligera inquietud. Desde el inicio del viaje habíamos percibido ese aliento profundo y cortante de los Andes, pero aún no sabíamos qué nos mostraría La Paz. A veces el sol se escondía detrás de las nubes, otras veces aparecía con toda su fuerza. Mientras avanzábamos entre las curvas del camino, en aquellos momentos en que el silencio de la naturaleza se mezclaba con el sonido del motor, sentíamos como si estuviéramos en una de las regiones más remotas y olvidadas del mundo. Salir de la calma blanca de Uyuni y ascender hacia las montañas era como pasar de una civilización a otra.

A lo largo del camino, valles profundos, precipicios y formaciones rocosas que se elevaban hacia el cielo nos daban la bienvenida. Cada curva parecía abrir la puerta a una nueva historia. Pero detrás de toda esta belleza había una realidad que nos encontraríamos apenas comenzar: la realidad del combustible.

⛽ Primer Encuentro con la Realidad del Combustible en Bolivia

Poco después de cruzar la frontera de Bolivia, entendimos rápidamente que había una seria escasez de combustible en el país. Lo primero que llamó nuestra atención fueron las estaciones de servicio al entrar en la ciudad: frente a todas había filas de 4–5 kilómetros que se extendían sin fin. Al principio pensamos que se trataba de algún tipo de festival, un evento o un día especial. Pero luego nos dimos cuenta de que esto era parte normal de la vida aquí.

Además, había otra situación curiosa: casi ningún vehículo particular en el país usaba diésel. La mayoría de los autos que circulaban por las calles eran a gasolina. El hecho de que nuestro Peugeot 408 fuera diésel comenzó a preocuparnos rápidamente. El diésel generalmente estaba destinado a autobuses urbanos, camiones y maquinaria pesada. Para extranjeros como nosotros, el combustible se vendía aproximadamente al triple del precio local. Esta regla nos haría fruncir el ceño varias veces durante el viaje, pero era algo que tendríamos que aceptar.

Al salir de Uyuni teníamos medio tanque, pero la naturaleza ascendente y descendente de los caminos bolivianos, el motor consumiendo más combustible en altura y la elevación constante hacían que el indicador bajara rápidamente. En un momento vimos encenderse la luz roja en el panel de control. Acercarse a una ciudad grande como La Paz con este estrés no era nada agradable.

Al llegar a la ciudad descubrimos que encontrar diésel era aún más difícil de lo que imaginábamos. Ver las interminables filas formadas por autos a gasolina nos desanimó aún más. Justo cuando estábamos por perder la esperanza, vimos una pequeña estación que solo atendía a autobuses y camiones. Nos dirigimos allí de inmediato. La fila nuevamente era larga, pero al menos avanzaba. Cuando le dijimos al encargado que éramos extranjeros, sonrió levemente y nos recordó el precio triple. En ese momento estábamos en modo: “cueste lo que cueste, con tal de seguir”.

Ese día no hicimos nada más. Solo fuimos al hotel y descansamos. Bolivia, en ese primer encuentro, nos había exigido pero también nos había fascinado. Teníamos un ligero cansancio, pero también una fuerte curiosidad.

🏙️ LA PAZ — UNA CAPITAL ESCONDIDA ENTRE LAS MONTAÑAS

A la mañana siguiente, al despertar, no tardamos en darnos cuenta de que estábamos en una de las ciudades más interesantes del mundo. La Paz no se parecía a ninguna ciudad que hubiéramos visto antes. Miles de casas extendidas dentro de un valle daban la impresión de haber sido derramadas entre las montañas. En la parte baja de la ciudad se elevaban modernos edificios y rascacielos; al ascender, el paisaje cambiaba y aparecían casas tradicionales de colores rojizos, alineadas como cajas.

Cada punto elevado susurraba una historia distinta. Por un lado, la ciudad respiraba un caos lleno de vida; por otro, guardaba una extraña tranquilidad dentro del valle. Quizás esa contradicción era lo que hacía especial a La Paz.

Mientras observábamos la ciudad, pensamos en cómo sería vivir allí. Las dificultades de la altura, las calles estrechas, el tráfico caótico y el cielo cubierto de teleféricos… Todo esto hacía que La Paz tuviera un ambiente único en el mundo.

🏛️ Día 1 — Centro de la Ciudad, Edificio del Parlamento y Mercado de las Brujas

Comenzamos nuestro primer día completo en La Paz en el centro de la ciudad. La Plaza Murillo, considerada el corazón de la ciudad, estaba rodeada de edificios gubernamentales de arquitectura colonial con detalles blanco-amarillos. Mientras caminábamos por la plaza, sentíamos al mismo tiempo el peso de la historia y la energía del presente. Soldados, turistas, locales… todos parecían moverse con un ritmo propio.

Mientras nos acercábamos al edificio del Parlamento, notamos algo por primera vez: muchas personas tenían algodón en la nariz. Al principio pensamos que era alguna tradición o práctica de salud, pero la realidad era más simple: la altitud. En las zonas de La Paz que superan los 3600 metros, los sangrados nasales son bastante comunes. Esta escena mostraba con claridad la altura extrema de la ciudad.

A medida que caminábamos por las calles, distintos olores y sonidos nos rodeaban. En algunos pequeños locales vimos que vendían carne de llama, y decidimos probarla por curiosidad. Pedimos dos porciones para compartir, pero el sabor no fue para nada de nuestro agrado. Tenía un toque dulzón y una textura muy diferente a la carne a la que estábamos acostumbrados. Ese día cerramos el capítulo de la carne de llama.

Más tarde llegamos a uno de los lugares más misteriosos de La Paz: el Mercado de las Brujas — Mercado de las Brujas. Allí, fetos secos de alpaca, hierbas misteriosas, amuletos, telas coloridas y aromas calmantes daban un aire completamente distinto a la ciudad. Ver las creencias, rituales y tradiciones de los pueblos locales nos ayudó a entender el espíritu de La Paz.

Al atardecer, mientras el sol se escondía detrás de las colinas, caminábamos por calles decoradas con paraguas de colores. Fue entonces cuando sentimos realmente la mezcla de lo moderno, lo tradicional y lo mágico de La Paz.

🚡 Día 2 — Un Día Sobre La Paz en Teleférico

Dedicamos nuestro segundo día por completo a la red de teleféricos, la forma de transporte más fascinante de La Paz. No hay metro ni tranvía, pero sí una enorme red suspendida en el cielo. Las líneas de teleférico de distintos colores atraviesan el valle y cada una ofrece una emoción distinta.

Las líneas de teleférico de La Paz eran:

  • Rojo
  • Amarillo
  • Verde
  • Azul
  • Celeste
  • Naranja
  • Morado
  • Café
  • Plata
  • Blanco

Subimos a todas estas líneas una por una. Bajábamos de un teleférico para tomar otro, y cada vez observábamos un nuevo rostro de la ciudad desde arriba. Estar suspendidos en el aire mientras la vida fluía debajo nos daba una sensación extraña de poder. La ciudad era caótica, ruidosa y agotadora, pero desde el cielo todo parecía ordenado, tranquilo y hasta armonioso.

El teleférico no solo nos llevó a los puntos altos de La Paz, sino también al corazón de El Alto. El cartel de “Ciudad con Altura” nos dio la bienvenida, y sentimos claramente que aquí latía el pulso cultural y económico del país. El caos, la energía, los gritos y los interminables mercados dominaban las calles.

Desde arriba vimos que casi toda la extensión de El Alto era un enorme mercado. Las calles estaban llenas de puestos que se extendían por kilómetros, vendiendo de todo: telas de colores, electrónicos, juguetes, comida, artículos hechos a mano… Lo que buscabas, lo encontrabas. Bajamos del teleférico y nos sumergimos en estos mercados. Perdernos en la multitud, caminar entre la gente local y ser por un momento parte de su vida fue una experiencia increíble.

En algunas calles vimos pequeños locales donde encendían sahumerios. Tiendas de rituales, prácticas espirituales y costumbres tradicionales seguían vivas aquí. Los aromas de los sahumerios se mezclaban con el humo y se esparcían por toda la calle. Algunas personas dejaban ofrendas, otras rezaban, otras simplemente observaban. Era un ambiente místico y cautivador.

Al volver a mirar la vista desde el teleférico, ver cómo la ciudad respiraba dentro del valle, cómo vivía y cómo resistía, nos dejó maravillados.

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